Desde los senadores estatales, pasando por los políticos locales, líderes comunitarios, voluntarios y residentes de Bushwick, ninguno de ellos ve que las cosas estén mejorando en Bushwick.
Le llaman “hacer el peregrinaje”. La palabra la conocen bien quienes hablan español así como algunos que hablan inglés y la están usando ahora para describir la forma como las personas en busca de comida van de una despensa de comida a otra.
Teresa, por ejemplo, sabe que los sábados tiene que ir a dos lugares: en una recibe un poco de verduras como coliflor, pepinos, tomates, y en la otra recibe cualquier cosa que estén dando. Sigue un horario estricto: los lunes madruga para ir por el desayuno para su hijo de 12 años en Wilson Avenue, los jueves va cerca a la escuela de Kosciusko, los viernes a Make the Road, el sábado a Irving Avenue y luego a Menahan Street y si sabe de algún otro lugar donde estén repartiendo comida, allí está.
“Salimos arrastrando los pies”, dice Teresa, quien prefirió que no se usara su apellido. “Ahora contamos cada billete, cada centavo”.
Donde antes trabajaban tres, dos a tiempo completo y ella medio tiempo, ahora solo trabaja uno. Su hijo mayor volvió a la construcción hace poco pero solo por unas horas y solo para cubrir dos, o máximo tres días a la semana. Donde antes había tres celulares con datos y llamadas ilimitadas, ahora hay solo dos líneas para recibir llamadas. Donde antes había televisión por cable, un refrigerador lleno y unos dólares para enviar a sus familiares en su país de origen ya solo queda la comida que reciben.
En Bushwick, Brooklyn, la necesidad, las filas y el número de personas buscando comida parecen no haber cambiado mucho desde el verano cuando las filas se extendían abrazando la cuadra de las despensas.
Para Luis Munive, coordinador del Bushwick Leadership Center de la organización El Puente, haciendo una comparación entre hace unos meses y la situación ahora, entonces “la situación es más o menos la misma”.
Y una vez más quienes parecen estar entre los que están padeciendo más la falta de alimentos en sus hogares y la falta de empleo son tanto los latinos como aquellos que son inmigrantes indocumentados.
Según Maritza Davila, asambleísta estatal del distrito 53 que incluye parte de Bushwick, desde que inició la pandemia por lo menos 17 pequeños negocios han cerrado en Bushwick, “y otros negocios más en Williamsburg”, dice Davila por teléfono.
Al igual que en el resto de la ciudad, el comercio minorista, la hotelería y los negocios que entre sus labores diarias requerían de la interacción directa entre personas son los más afectados. “Recibimos la mayor parte de los comentarios sobre los problemas actuales de la industria de los restaurantes y la vida nocturna, aunque es evidente que otros sectores también están luchando por adaptarse a las circunstancias”, escribe por correo electrónico Celestina Leon, gerente de la junta de la comunidad de Brooklyn 4.
“Actualmente no tengo datos para demostrar las profundas necesidades del barrio”, señala Julia Salazar, senadora del estado de Nueva York para el distrito 18 en el cual se encuentra Bushwick. “He notado anecdóticamente que los negocios en la parte noroeste del vecindario, como los que están más cerca de East Williamsburg y cerca de la parada de Jefferson, se recuperaron más rápidamente y están más ocupados que los negocios en la parte sur de Bushwick, más cerca de Broadway”.
La razón de esto, explica Salazar por correo electrónico, “se debe probablemente a tendencias preexistentes; incluso antes de la pandemia, el sur de Bushwick ha estado menos gentrificado y más afligido económicamente (el gran movimiento a lo largo del corredor de Broadway lo demuestra)”.
Si bien la industria de servicios y prácticamente todos los negocios locales han sufrido económicamente debido a los cierres y la pandemia, los empleos industriales se han visto afectados también, como ocurrió en en la zona comercial industrial (IBZ por sus siglas en inglés) al norte de Brooklyn. “Muchos de mis electores que fueron despedidos y tuvieron que buscar beneficios de desempleo, por ejemplo, son antiguos trabajadores de la industria del cine y la televisión en el IBZ. Bastantes empresas han tenido que cerrar permanentemente”, dice Salazar.
Al poco tiempo de que la pandemia golpeara a la ciudad de Nueva York, en Bushwick muchos vecinos y organizadores comunitarios crearon Bushwick Ayuda Mutua para ayudar a las personas entregándoles comestibles, tapabocas y medicinas a los afectados.
Si en el momento más álgido de la pandemia esta organización recibía en promedio cerca de mil llamadas por semana, en la actualidad dice Samy Nemir Olivares, “recibimos 600 por semana”.
Librerías como Mil Mundos, arrinconaron sus libros y se convirtieron en almacén improvisado para distribuir equipo de protección y comida a los residentes de Bushwick. Organizaciones como Latinos Americanos Unidos, además de lidiar con las restricciones que imponía la pandemia, han estado lidiando con la falta de agua en su edificio. “Actualmente estamos abogando en su nombre para que el agua sea restaurada sin costo alguno para Latinos Unidos, pero mientras tanto siguen sin agua corriente”, aclara Salazar.
Como lo caracterizó Plácida Rodríguez, organizadora de Make The Road en Bushwick, “esta es una crisis estructural”. Rodríguez lleva más de 20 años trabajando como líder en la zona y esta “es la primera vez que veo tanta decadencia. No hay para comprar zapatos. No hay para los disfraces de los niños. La comida escasea y todo eso es algo bien frustrante”.
De acuerdo con junta de la comunidad, “la necesidad de comida para familias e individuos vulnerables es un problema de todo el vecindario” y, por el momento, y ”hasta donde yo sé, no hay actualmente ningún esfuerzo para documentar las residencias de aquellos que ahora dependen de las despensas y distribuciones de alimentos para sus comidas”, dice Leon.
Sin embargo para Asher Freeman, director de legislación para el concejal Antonio Reynoso, hay un foco de necesidad en NYCHA, donde “hay una población especialmente vulnerable todo el tiempo”. La inseguridad alimentaria es el principal problema que se ha intentado mitigar allí, dice Freeman, mediante paquetes de alimentos.
Además, luego de hablar con los legisladores de la zona, no parece haber un plan para contrarrestar la crisis más allá de abogar por la aprobación de un plan federal de ayuda que consista en dinero para las familias de todo el país. Más allá de esta esperanza, hay poco en el horizonte, lo que resulta aún más desolador para muchas familias de inmigrantes indocumentados que fueron excluidas de los paquetes de ayuda federales.
“La ciudad no puede pedir dinero prestado, así no podemos crear nuevas fuentes de ingreso de dinero”, asegura Freeman. La asambleísta Davila resaltó el mismo punto, “no tenemos el dinero para cubrir el impacto”, y agregó que “no podemos hacer nada sin el paquete federal de $3 billones de dólares propuesto por el partido demócrata. No podemos aceptar un centavo menos por eso”.
Sumado a esta fractura estructural, el puesto del representante al concejo de la ciudad que representa la otra parte de Bushwick que no representa el concejal Antonio Reynoso, está en este momento vacío. “Esto ciertamente no ayuda. No hay una voz política para abogar en nombre del distrito”, dice Freeman quien asesora a Reynoso.
Desde los senadores estatales, pasando por los políticos locales, líderes comunitarios, voluntarios y residentes de Bushwick, ninguno de ellos ve que las cosas estén mejorando en este barrio. En general, hay algunos que creen que las cosas se han estabilizado un poco, pero otros ven que la situación ha empeorado.
A falta de planes, tanto las organizaciones de vecinos que se crearon durante la pandemia como aquellas que han trabajado en el área por décadas están intentando soportar el peso de la necesidad que hay entre los residentes.
Teresa, por ejemplo, dice que lo que puede recoger de comida alcanza justo para que coman las cuatro personas que constituyen su hogar. En su caso, el miedo la ha replegado. Es un miedo doble. No está saliendo a buscar o a rebuscarse un empleo como antes lo hacía por dos razones: la primera es el miedo a la pandemia, ella tiene 49 años y su esposo 53 años. La segunda razón es el miedo que le produce saber que ICE está una vez más activa rondando en la ciudad.